4 ¡Mi amado metió la mano por la hendedura; y por él se
estremecieron mis entrañas.
5 Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos destilaron mirra,
mirra fluida mis dedos, en el pestillo de la cerradura.
6 Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido de largo. El alma se
me salió a su huida. Le busqué y no le hallé, le llamé, y no me respondió.
7 Me encontraron los centinelas, los que hacen la ronda en la ciudad.
Me golpearon, me hirieron, me quitaron de encima mi chal los guardias de
las murallas.
8 Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué le
habéis de anunciar? Que enferma estoy de amor.
9 ¿Qué distingue a tu amado de los otros, oh la más bella de las
mujeres? ¿Qué distingue a tu amado de los otros, para que así nos conjures?
10 Mi amado es fúlgido y rubio, distinguido entre diez mil.
11 Su cabeza es oro, oro puro; sus guedejas, racimos de palmera,
negras como el cuervo.
12 Sus ojos como palomas junto a arroyos de agua, bañándose en
leche, posadas junto a un estanque.
13 Sus mejillas, eras de balsameras, macizos de perfumes. Sus labios
son lirios que destilan mirra fluida.
14 Sus manos, aros de oro, engastados de piedras de Tarsis. Su
vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros.
15 Sus piernas, columnas de alabastro, asentadas en basas de oro puro.
Su porte es como el Líbano, esbelto cual los cedros.